Coronavirus: ¿Informamos, desinformamos o sobreinformamos?

Hace más de un año escuchábamos las primeras noticias sobre casos, parecidos a la gripe, en Asia. Lo veíamos lejos, aún cuando ya se detectaban en Europa. Con la llegada del 2020, se registraron los primeros casos en España y en marzo, llegó el primer estado de alarma y el confinamiento. Desde entonces, el SARS-CoV2 y sus consecuencias han sido los máximos protagonistas de nuestro día y día y de las noticias. Ante este tipo de situaciones de crisis es cuánto más expuesta está la labor periodística. ¿Cómo conseguir informar sin desinformar o sobreinformar?


Generalizando, me atrevería a decir que se ha hecho una buena labor periodística, teniendo en cuenta la dificultad de la situación. Por una parte, creo que ha habido un gran esfuerzo para informar con rigurosidad. Un ejemplo visible ha sido el incremento de los testimonios y entrevistas a expertos y científicos, apoyando el contenido de la información periodística. Por otro lado, destacaría como igual de importante, el trabajo realizado para desmentir las noticias falsas o fake news. Una pena que haya invertir tiempo en esto, pero una labor increíblemente necesaria.

Esta pandemia, ha llegado en un momento en la que la información se difunde de manera vertiginosa y sin filtros. Este gran intercambio presenta muchas ventajas, pero también muchos inconvenientes. La fácil accesibilidad a las redes permite una difusión de información, no necesariamente contrastada, que ha dado lugar a la desinformación y difusión de noticias falsas. En este punto, creo que ha sido muy importante el papel de los divulgadores, la respuesta crítica por una parte de la población y el apoyo de webs que desmienten los bulos o las fake news como lo hace Maldito bulo. Además, esta rápida difusión en redes junto con la gran cobertura mediática de la situación, ha dado lugar a una sobreinformación. Las consecuencias más notables de esta sobreinformación son el hastío y la perdida de información relevante entre tal avalancha de noticias. 

Reafirmo la dificultad de comunicar ante una situación tan grave. Sin embargo, esta situación engloba muchos aspectos más allá de la propia noticia, y son las consecuencias de la misma. No sólo tiene un impacto en la salud física, económica y social, sino en la salud mental. La sobreinformación y continuo bombardeo de casos y muertes puede causar reacciones de desconexión y deshumanización o de hundimiento y estrés. Tal vez sea una avalancha no tan necesaria, minuto a minuto, las 24 horas. Aún viviendo el momento, sería necesario un análisis interno de qué tipo de información es relevante y que necesita conocer el público: si ha habido cambios o evoluciones, cómo nos tenemos que proteger y podemos proteger y ayudar a otros y las consecuencias políticas y sociales.

Dicen que lo urgente no deja sitio a lo importante. Las noticias relacionadas con la pandemia (principalmente en Europa y países “más cercanos a nosotros”) copan los titulares y dejan de lado otras informaciones relevantes, otros sucesos y abusos en otros países, que quedan ocultos tras nuestra burbuja pandémica.

Los medios de comunicación no son sólo meros transmisores de la información sino que tiene un gran papel en esa comunicación, una gran responsabilidad en la difusión de un contenido claro, neutro y no sensacionalista, así como un gran apoyo en la “educación” de la población como en este caso, estimulando una mirada crítica y difundiendo de medidas preventivas.




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